el ritual de las diecinueve treinta en pantalones apretados y pantimedias que resaltan los rasgos necesarios es la unica mujer que se sienta a negociar. nadie podría imaginarse que ese día empezo cuarenta y ocho horas antes en un sobresalto que le quito el sueño y las ganas de comer. sabía aprovechar los beneficios del maquillaje ultra moderno y el poder disipador de su sonrisa de entrecasa.
la escena empieza antes de lo previsto. quien sea que se preste como expectador calla antes de lo pactado. la conversación queda para después. después. después. horario de regreso a la escena que no estaba prevista en el servicio meteorológico. los tipos van a y vienen. hablan, silencian, gritan. ella regula su atención de acuerdo a la proximidad de su cuerpo con el asiento de adelante.
se aleja, se habla. todo aquello que nunca sabe si debería escribir o dejar fluir en ese vaiven asociativo. se pregunta por lo estéril, lo improductivo. se lamenta por el niño que lleva en su vientre y la oprime con pedidos de libertad, mundo, juegos. se reprocha su egoismo. se detiene.
se vuelve a aproximar.
los otros se ven distintos. los otros no se ven. quiza ella no los ve. encarnan otra vez el gusto por lo incomprensible, el desatino, la incoherencia liberadora. ella no puede encarnar. el niño vuelve a pedir desantención. ella no puede encarnar.
se dice que no. se dice que le dijeron que no. que ese lugar de la mesa no es de ella. que no se puede no dormir y ocupar ese lugar en la mesa. que negocias o te negocian.
se pregunta por lo esteril, lo improductivo, la extreñeza encarnada, las ganas de extrañar. y ademas encarnar las ganas. extrañar, extrañar, extrañar. esa mujer no le es extraña. se vuelve a aproximar.
del otro lado de la mesa una sonrisa de entrecasa. de otro que, además, sí se lo puede imaginar.
lunes, agosto 13, 2007
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1 comentario:
¿Sabes que el primero de los tres párrafos podría ser, tranquilamente, el inicio de una novela hermosa?
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